Terapia Infanto-Juvenil
La primera peculiaridad que tiene la terapia infantil o infantojuvenil es el hecho de que los menores raramente acuden por demanda propia, sino que son los progenitores u otros adultos cercanos (tutores, profesores, pediatras…) quienes muestran la preocupación, y acuden con los pequeños a consulta.
Por ello, si normalmente nuestra labor como psicólogos y psicólogas es la de descubrir los códigos y el funcionamiento de cada persona con la que trabajamos, y adaptarnos a ella, en el caso de la terapia infantojuvenil, podríamos decir que la adaptabilidad es la piedra angular de la intervención. Esta adaptabilidad es crucial para entender el momento del desarrollo en el que se encuentra cada menor, las necesidades que presenta y, sobre todo, la manera en la que ese menor se siente más cómodo trabajando.
La adaptabilidad y la flexibilidad inundan la terapia infantojuvenil, pudiendo afectar a diferentes aspectos de la intervención.
Por un lado, al papel que tienen los progenitores o adultos de referencia en el proceso, pudiendo oscilar entre un reparto igualitario (se atiende por igual a menores y adultos), desigual (la mayoría del tiempo se atiende a los menores pero se destina un espacio de la sesión para hacer partícipes a los progenitores) o nulo (los progenitores no participan en el proceso terapéutico). Esta adaptación se hace en función de las características del problema, de la edad de los menores y de la disponibilidad de los adultos.